miércoles, octubre 24, 2007

CRÓNICA DE UN BANCO QUEBRADO

CASO BANINTER: EL VEREDICTO DEL SIGLO

Santo Domingo.- Después de dieciocho meses de juicio, 105 audiencias y veintiocho días redactando la sentencia, el primer Tribunal Especial Colegiado del Distrito Nacional condenó a Ramón Báez Figueroa y a Luís Álvarez Renta a 10 años de prisión.

Así mismo, los imputados Vivian Lubrano de Castillo y Jesús Maria Troncoso Ferrúa fueron descargados por insuficiencia de pruebas en su contra. En el caso de Báez Cocco, fue declarado culpable, pero su sentencia será leída el 16 de noviembre.

Pautado a las 9:00 de la mañana, el juicio inició media hora después de lo planteado con toda la audiencia de pie para recibir a los tres magistrados. con palabras de apertura, el juez Antonio Sánchez, estableció que las decisiones tomadas allí son establecidas bajo la ley, sin ninguna preferencia a favor de las partes, las cuales se tomaron aproximadamente cuatro años, jaloneándose a favor de la verdad, su verdad.

Minutos después, uno de los cuatro jóvenes secretarios que se turnaban para leer el documento de 240 hojas, empezó la lectura de la sentencia de fallo que resumía el largo caso.

Policías por dentro y por fuera, hasta en los baños, adornaban el palacio de justicia para asegurar el veredicto del siglo, el cual transcurría con normalidad.

Cinco minutos llevaba el joven lector de sentencias de piel blanca y tenue voz, quien leía que el objeto de este juicio es delimitar los cargos atribuidos a los acusados de este proceso, específicamente a la apertura de las diferentes cuentas sobregiradas, transferencias de fondos de los ahorrantes del banco a Caribesa, sustracción de fondos de los usufructuarios, la doble operatividad de los fondos, lavado de activos, entre otras atrocidades financieras.

De pronto, a las 10:44 de la mañana, se sintió un olor a humo de cigarrillo, algunos periodistas buscaban la procedencia de ese olor, queriendo creer que provenía desde la bancada de Báez Figueroa y, que éste lo hacia para calmar los nervios, pero no, la realidad era que se originaba desde las afueras de la sala de audiencias.

Banquillos duros y frígidos aguantaban a periodistas, familiares y amigos de los acusados que esperaban ansiosos el final del juicio que sentó precedentes. Juicio que solo permitía la entrada al Tribunal a 122 personas que formaban parte de una lista depositada por las partes.

Los abogados de la parte acusadora y defensora miraban atentos la lectura de la sentencia, mientras Álvarez Renta se concentraba en la lectura de un libro, como quien quiere distraerse de la realidad y del largo juicio. Por otro lado, Ramón Báez, se agarraba la cabeza con sus manos empuñadas, mirando pensativo uno de los seis monitores de la sala de audiencias que televisaban, aunque en vivo, a los secretarios haciendo lectura del esperado veredicto.
En la bancada de los acusados, que se encontraba en la parte de atrás y derecha del salón, aguardaban sentados los familiares y amigos de los mismos, encopetados con sus trajes de marca, y haciendo gala de su caro guardarropa, demostraban su ansiedad por las repetitivas entradas y salidas del lugar.

10:56 de la misma mañana soleada y calmada, empezó la única mujer de los cuatro jóvenes que hacían lectura del fallo, a leer una pequeña montaña de hojas que dirigían sus letras iniciales directamente a la figura la Álvarez Renta, donde recogía la doble operatividad del Intercontinental y la descripción que hicieron los paneles internacionales sobre un sofisticado sistema que tenia el InterBanco, el cual tenia excesivos sobregiros, que posteriormente se convertirían en prestamos.

Los policías cruzados de manos, vestidos de pantalón azul marino y camisa azul claro con gorras negras que decían “Policía Nacional”, adornaban la sala junto a los dos banderas, un cuadro del escudo nacional situados en el estrado, además de las ocho lámparas colgantes tipo bola, eran la decoración del arbolito llamado juicio Baninter: el veredicto final.

Mientras la chica seguía leyendo su fardo, los jueces sentados como maniquíes con su simbólica vestimenta negra de pies a cabeza, escuchaban atentos la lectura del largo documento.

Eran las 11:24 y todavía seguía la jovenzuela vestida de blanco y negro, y lentes especializados para lecturas largas, pasando hojas con su mano derecha y con la izquierda la apilaba en el montón que ya había leído por casi 35 minutos. Mientras continuaba la monótona lectura, en la entrada se reflejaba otro ambiente, el tumulto de periodistas parados que no se pudieron sentar, cámaras agrupadas grabando la actuación real y algunos familiares de los acusados que no se pudieron sentar porque los periodistas le arrebataron su espacio.

Siete minutos después se escuchó la voz ronca del cuarto chico dando inicio a la lectura de su pila de papel, en la que contenían las acumulaciones millonarias de las radiodifusoras centrales que fueron aperturadas en Baninter. Minutos van, minutos vienen y el secretario seguía leyendo, mientras los fotógrafos hacían su trabajo a través de una muralla de policías, quienes no dejaban ejecutar su laborioso ejercicio.

Por otro lado, algunos periodistas visiblemente cansados, cabeceaban de sueño en los duros bancos color caoba que decían detrás “Prensa” y otros se entretenían viendo y jugando con su teléfono celular, se comían las uñas y respiraban hondo en sinónimo de cansancio.

Seguían leyendo el documento, y Álvarez Renta se cruzaba de manos, mientras Vinicio Castillo apretaba sus manos encima de la mesa pero con la mirada perdida dentro de las cuatro paredes blancas del Primer Tribunal Colegiado.

Por un momento la entrada de la sala se despejó, tornándose espaciosa; pero como si supieran que había llegado la hora del veredicto, momentáneamente volvió y se llenó de periodistas cansados y ansiosos, pero todavía no era el momento anhelado.

“No hay pena sino hay culpabilidad” dijo el secretario de piel oscura y fina nariz, al tiempo que la juez Pilar Refino escribe algo en un papelito y mueve su mano izquierda en dirección al juez/presidente Antonio Sánchez, que posteriormente tuvo respuesta con una pequeña y disimulada sonrisa.

El reloj de sala apuntaba las 12:18 cuando se pensaba que la lectura finalizaría, hasta que nuevamente, y sin nadie darse cuenta se origina una segunda vuelta en las lecturas, comenzando el primero de los cuatro secretarios a seguir dando lectura al listín de 240 hojas que establecía que los imputados fueron acusados de ocultar y adulterar documentos, además de cometer abuso de confianza y lavado de activos en perjuicio de los ahorrantes y del Estado.

Mientras se cantaba todas las violaciones cometidas por Lubrano de Castillo, ésta cabizbaja, llorando rezaba asustada el resultado del veredicto, sentimientos que hicieron reaccionar y avispar a la prensa, quienes fijaban toda su atención a las reacciones nerviosas de la señora Vivian. Inmediatamente sus familiares se dieron cuenta de su alterada preocupación y tristeza, afloraron los mismos sentimientos de llanto encima de su blanca vestimenta, sentimientos y detalles que vorazmente fueron capturados por los fotoreporteros.

Pero a las 1:08 la familia Lubrano de Castillo llora de felicidad al escuchar la voz masculina que decía: se declara la absolución de la ciudadana Vivian Altagracia Lubrano Carvajal de Castillo, en virtud de la insuficiencia de las pruebas aportadas para establecer su responsabilidad penal.

Y la alegría volvía a nacer en la sobria y tensa sala cuando ocho minutos más tarde se escucha la misma voz declarando la absolución de Jesús María Troncoso Ferrúa, en virtud de que no han sido probadas las acusaciones presentada en su contra.

Además leen el Ordenamiento del cese de las medidas de coerción impuestas a los imputados Vivian Altagracia Lubrano de Castillo y Jesús María Troncoso Ferrúa en ocasión de este proceso y rechaza el pedimento del Ministerio Público solicitando la imposición de impedimento de salida a los imputados Ramón Buenaventura Báez Figueroa, Marcos Antonio Báez Cocco y Luís Rafael Álvarez Renta por las razones expuestas en el cuerpo de esta decisión.

Como si le pusieran ají tití a los asientos, la prensa se para de ellos aglutinándose en las bocinas que posteriormente anunciarían los tres últimos veredictos esperados, los de Ramón Báez, Luís Álvarez y Báez Cocco.

Y llegó el momento, cuando la manija de la maquina que marca la hora apunta las 1:55, y como cronómetro avispado a Ramón Buenaventura Báez Figueroa, le cantan la pena de 10 años de prisión y el pago de una multa ascendente a 2 millones 500 mil pesos, a favor del Estado Dominicano, por encontrarlo culpable de haber cometido el crimen de ocultación de datos, antecedentes, libros u otros documentos con la finalidad de desviar la fiscalización que correspondía a la Superintendencia de Bancos, y al aprobar y ejecutar operaciones dirigidas a encubrir la situación del Banco Intercontinental, al haber sido aprobada la acusación formulada en su contra, más allá de toda duda razonable.

Así pues el novel secretario sigue con el mismo tenor leyendo el documento que le impone al imputado Luís Rafael Álvarez Renta, la condena a cumplir la pena de 10 años de prisión y al pago de una multa ascendente a 100 salarios mínimos, por hallarlo culpable y al haber sido probada la acusación presentada en su contra.

El juicio que dictó los veredictos para alegría y tristeza de muchos, sigue bajando raya, faltando uno, 2:05 y es el momento de Marcos Antonio Báez Cocco, que lo hallan culpable de haber cometido el crimen de ocultación de datos, antecedentes, libros u otros documentos con la finalidad de desviar la fiscalización que correspondía a la Superintendencia de Bancos, y al aprobar y ejecutar operaciones dirigidas a encubrir la situación del Banco Intercontinental, al haber sido probada la acusación presentada en su contra más allá de toda duda razonable, en consecuencia se fija para el viernes 16 de noviembre, del año 2007, a las 9:00 de la mañana.

Inmediatamente, a las 2:10, el juez sonó su simbólico mazo para dar por finalizada la novela de cinco horas y media que dejó atónitos a muchos de los presentes. La prensa internacional y nacional como estampida se abalanzó a los condenados y no condenados para tomar sus impresiones, quejas y sentimientos, mientras un grupo de 15 jóvenes vociferaban desde las afueras del Palacio de Justicia, que se había cometido una larga injusticia.
* Fotos por: Indhira Navarro

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