CARENTE SOLIDARIDAD
Salimos a la calle agradeciéndole a una fuerza espiritual, tenernos con vida en esta ruleta tan efímera. Pero cuando tenemos la gracia de tener los pies sobre la tierra, a veces se nos sube, y no la bilirrubina, el pique, la rabia, la impotencia a la cabeza y al corazón por uno no poderse defender y ayudar a alguien.
Me he encontrado casos en la calle de personas que han sido atropelladas, baleadas y apuñaleadas, y las personas, muchas de ellas, tienen el deseo de ayudar pero el miedo los abate. Tienen aprensión a ser cuestionados y llevados a la cárcel, por el solo hecho de solidarizarse con el caso. Tienen recelo, de que al momento de entrar a una persona mal herida al carro, se le muera en el mismo y sean enjuiciados como si fueran homicidas o asesinos de su prójimo; pero no solo eso, muchos tienen miedo de detenerse a ayudar a una victima, porque los delincuentes se hacen pasar por una persona mal herida, solo con el objetivo de atracar. Y yo me pregunto, ¿en que país vivimos?
El colmo de los colmos, es que yo estaba dentro de una guagua y el cobrador me cobró demás, y yo exigiendo mis tres pesos restantes, en todo mi derecho, nadie dijo nada. Pero me defendí como pude y me dieron mis tres pesos. Yo podía dejarlo así, pero era un abuso lo que el cobrador estaba haciendo conmigo, y quien sabe a quienes más. Los sindicalistas, los médicos, profesores, empresarios se unen para reclamar sus derechos, pero los ciudadanos no unimos voces para ayudarnos a nosotros mismos. ¡Que pena me da mi país!
Ya son pocos los que aparecen para darle un espaldarazo a un enfermo, un plato de arroz en navidad a un necesitado, colaborar con su comunidad. Cada día más, por culpa de las leyes y el mal sistema, perdemos la sensibilidad y solidaridad por el prójimo, convirtiéndonos en entes más frívolos.
Pero no los culpo, no hay autoridad que vele por nuestros derechos y nos defiendan como ciudadanos. El sistema de vida en que vivimos es para el más paciente o el más valiente.
Salimos a la calle agradeciéndole a una fuerza espiritual, tenernos con vida en esta ruleta tan efímera. Pero cuando tenemos la gracia de tener los pies sobre la tierra, a veces se nos sube, y no la bilirrubina, el pique, la rabia, la impotencia a la cabeza y al corazón por uno no poderse defender y ayudar a alguien.
Me he encontrado casos en la calle de personas que han sido atropelladas, baleadas y apuñaleadas, y las personas, muchas de ellas, tienen el deseo de ayudar pero el miedo los abate. Tienen aprensión a ser cuestionados y llevados a la cárcel, por el solo hecho de solidarizarse con el caso. Tienen recelo, de que al momento de entrar a una persona mal herida al carro, se le muera en el mismo y sean enjuiciados como si fueran homicidas o asesinos de su prójimo; pero no solo eso, muchos tienen miedo de detenerse a ayudar a una victima, porque los delincuentes se hacen pasar por una persona mal herida, solo con el objetivo de atracar. Y yo me pregunto, ¿en que país vivimos?
El colmo de los colmos, es que yo estaba dentro de una guagua y el cobrador me cobró demás, y yo exigiendo mis tres pesos restantes, en todo mi derecho, nadie dijo nada. Pero me defendí como pude y me dieron mis tres pesos. Yo podía dejarlo así, pero era un abuso lo que el cobrador estaba haciendo conmigo, y quien sabe a quienes más. Los sindicalistas, los médicos, profesores, empresarios se unen para reclamar sus derechos, pero los ciudadanos no unimos voces para ayudarnos a nosotros mismos. ¡Que pena me da mi país!
Ya son pocos los que aparecen para darle un espaldarazo a un enfermo, un plato de arroz en navidad a un necesitado, colaborar con su comunidad. Cada día más, por culpa de las leyes y el mal sistema, perdemos la sensibilidad y solidaridad por el prójimo, convirtiéndonos en entes más frívolos.
Pero no los culpo, no hay autoridad que vele por nuestros derechos y nos defiendan como ciudadanos. El sistema de vida en que vivimos es para el más paciente o el más valiente.
La solidaridad está escaseando. Ahora más que nunca la necesitamos. Este país no se puede tener el lujo de vivir sin ella, seríamos entes sin corazón.
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